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Jn 20,19-20a.20b-23

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(686 530) Jn 20,19-20a.20b-23 Còdice Beza

20,19Al atardecer de aquel mismo día, el primer día después del sábado, y estando las puertas cerradas donde se encontraban los discípulos por el miedo a los Judíos, llegó Jesús, se puso en medio y los saluda: «¡Paz a vosotros!». 20a Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado.

20b Sus discípulos,[1] entonces, se alegraron de haber visto al Señor. 21Él, a su vez, los salu­dó: «¡Paz a vosotros! Tal como el Padre me envió, también yo os envío[2] a vosotros.» 22 Y habiendo dicho esto, insufló sobre ellos y les dice: «Recibid Espíritu Santo: 23 Si a algu­nos perdonáis los pecados, les quedarán perdonados, si a algunos se los retuvierais, quedarán retenidos.»

Jesús resucitado insufla Espíritu Santo sobre sus discípulos

Si comparamos «el primer día de la semana después del sábado judío, cuando María Magdalena fue de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, al sepulcro» (Jn 20,1) con  «el atardecer de aquel mismo día, el primer día después del sábado, cuando estaban las puertas cerradas donde se encontraban los discípulos por el miedo a los Judíos» (20,19), comprobaremos la distancia abismal que mediaba, de la mañana al atardecer del día en que se inauguraba la nueva creación, entre el circulo femenino, representado por María Magdalena, la primera que reconoció la presencia del Resucitado cuando la llamó por su nombre, «¡María!» (20,14-16), y el circulo masculino que había cerrado y barrado las puertas por miedo de que los dirigentes judíos los detuvieran, como habían hecho con «los otros dos sediciosos que llevaron también para que fueran ejecutados con Jesús» (Lc 23,32). Jesús resucitado se ha aparecido, en primer lugar, a «los discí­pu­los», en general, deseándoles que tuvieran paz, «¡Paz a vosotros!», y mostrándoles las manos y el costado abierto, para que comprobaran que era el mismo a quien habían crucificado. No consta, sin embargo, reacción alguna de «los discípulos». A renglón seguido, en cambio, aparecen «sus discípulos», según precisa el Códice Beza mediante el pronombre griego autou, diferenciando netamente dos grupos de discípulos. Jesús los ha saludado a su vez: «¡Paz a vosotros!», pues se habían alegrado de haber visto al Señor. La experiencia del Resucitado no se puede visualizar ni se puede expresar con palabras ni conceptos; tan solo el lenguaje metafórico se le puede acercar. No se trata de una experiencia puntual, que se hace de una vez para siempre: se ha de ir profun­dizando, a medida que uno le abre «las puertas». Una vez estos hicieron la experiencia plena del Resucitado, Jesús los puede ya «enviar a misión», según precisa de nuevo el Códice Beza utilizando el mismo verbo apostellein las dos veces: «Tal como el Padre me envió, también yo os envío a vosotros.» La misión que recibimos nosotros es la misma que Jesús recibió del Padre. No distingue entre una y otra misión. Para poderla llevar a término, es preciso que se produzca un cambio cualitativo en nosotros, los enviados. Cuando Dios modeló al hombre con el polvo de la tierra, «insufló sobre su rostro un aliento de vida»; Jesús reemprende y acaba la obra del Creador: «insufló sobre ellos y les dice: “Recibid Espíritu Santo”». El «aliento de vida» del Dios Creador produjo un «ser vivo» (Gn 2,7); el «Espíritu Santo» que Jesús insufla en sus discípulos los capacita para la misión. Jesús continúa insuflando «Espíritu Santo» en todos aquexllos a quienes envía a la misión por tota la tierra y los capacita así para que hagan la misma experien­cia del Espíritu Santo que hizo él en el Jordán.

Josep Rius-Camps
​Teólogo y biblista


[1] La distinción entre «los discípulos», en general, liderados por Simón Pedro, y «sus discípulos», los Discípulos amados y preferidos por Jesús, en el marco de las escenas pascuales, solo se puede validar en el Códice Beza (la mayoría de los manuscritos no la respetan, pues han eliminado sistemáticamente el pronombre griego autou/autois: 20,18.20b.22.30; 21,1.14); existe una locución equivalente, «los otros discí­pulos» (20,25; 21,2.8), representados por «el discípulo a quien Jesús amaba (21,7.20.24).  

[2] El Vaticano y la gran mayoría de manuscritos usan aquí dos verbos distintos cuando hacen referencia al Padre que ha enviado (verbo apostellô) a su Hijo y cuando es el Hijo quien, a su vez, envía (verbo pempô) a los discípulos para una determinada misión, como si se tratara de dos misiones distintas. El Códice Beza, avalado por algunos unciales, utiliza el mismo verbo (apostellô) para ambas misiones, sin hacer distinción alguna entre una y otra.

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