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Domingo XVII del tiempo ordinario

Foto: mayur-gala-2PODhmrvLik-unsplash

(694 538) Mt 13,24-43 Códice Beza

«13,44 El Reino de los cielos es semejante[1] a un tesoro escondido en un campo que alguien, al encontrarlo, lo esconde otra vez y, por la alegría que le entra, se va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.

45Nuevamente, el Reino de los cielos es semejante a un hombre mercader que busca perlas finas; 46 habiendo encontrado una perla de gran valor, se marchó, vendió lo que tenía y la compró.

47Nuevamente, el Reino de los cielos es semejante a una red lanzada al mar y que congregó peces de toda especie. 48Pero cuando se hubo llenado, tiraron de ella hastala playa, se sentaron i escogieron los mejores en los cestos; los malos, en cambio, los echaron fuera. 49Así será al fin del mundo[2]: saldrán los ángeles, separarán los malvados de entre los justos 50 y los echarán al horno de fuego; allá habrá el llanto y el rechinar de dientes.

51 ¿Habéis comprendido todo esto?». Le dijeron: «Sí.» 52 Él les dice: «Por eso, todo escriba que se ha hecho discípulo en el Reino de los cielos se asemeja a un hombre cabeza de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.»

El Reino de los Cielos es semejante a algo muy valioso escondido en el corazón humano

Mateo continúa la enseñanza con parábolas con dos más que no necesitan explicación y una tercera que explica brevemente. Por lo que se deduce del conjunto de seis parábolas, las dos que explica Jesús en privado a los discípulos, la del trigo y la cizaña y la de la red repleta de peces buenos y malos, hacen referencia a graves situaciones conflictivas que han surgido en el seno de la comunidad mateana y que la podrían poner en peligro. El evangelista es muy prudente y aplaza simplemente la clarificación entre jus­tos y malvados «al fin del mundo». En un principio, su enseñanza constaba tan solo de las cuatro parábolas positivas, la pareja, hombre–mujer, que manipula el grano de mostaza y el fermento, y el dúo, alguien–un hombre mercader, que adquiere el tesoro y la perla de gran valor. Son de por sí tan evidentes que tan solo se requiere que quien las recibe «tenga oídos para escuchar»: tanto la mostaza y el fermento como el tesoro y la perla de gran valor ilustran a la perfección la manera sencilla como Jesús entendía que se debía construir el Reino de Dios. «Escuchar» quiere decir activar la capacidad de acoger cosas nuevas, tener una actitud de búsqueda constante para encontrar el tesoro escondido o para reconocer, entre las muchas perlas, aquella que tiene gran valor y que permanecía escondida. El Reino de Dios no es de gente masificada, sino de personas que dan frutos abundantes, treinta, sesenta, ciento por uno, sin importar para nada la cantidad, y que saben descubrir los valores del Reino. La pregunta que Jesús hace al final: «¿Habéis comprendido todo eso?», aunque la enseñanza en parábolas iba dirigida primariamente a las «multitudes numerosas» que lo escuchaban desde la playa, la formula ahora a los discípulos que lo escuchan en «la comunidad». Mateo, el escriba judío asentado en su cátedra heterodoxa, a quien Jesús llamó e invitó al seguimiento, «se ha hecho discípulo» suyo y saca «de su tesoro cosas nuevas y viejas», administrando las riquezas de la Alianza, vieja (AT) y nueva (NT).

Josep Rius-Camps
​Teólogo y biblista


[1] La fórmula que encabeza las seis semejanzas es, más o menos, la misma: «El Reino de los cielos se asemeja / es parecido a.…» Ahora bien, tanto la primera como la última que enmarcan todas las demás requieren explicación. La del trigo y la cizaña es explicada por Jesús a los discípulos cuando «deja las multitudes y se fue a la casa/comunidad»; la de la red de peces es interpretada alegóricamente al final de toda la exposición. Entonces pregunta a los discípulos: «¿Habéis comprendido todo eso?» y estos responden con un «Sí» rotundo. El evange­lista cambia adrede —siempre según el Códice Beza— los verbos en pasado por un verbo en presente: «Él les dice», poniendo énfasis así en lo que sigue. De una manera muy fina, Mateo pone su rúbrica, identificándose con el «escriba» judío que regentaba una cátedra heterodoxa, desde el punto de vista de sus colegas, que lo tildaban despectivamente de «recaudador de tributos» (cf. Mt 9,9) y que, una vez ya «se ha hecho discípulo» de Jesús, pone a disposición de la comunidad creyente su capacidad de administrar la gran riqueza de la Escritura antigua y de ampli­arla con la novedad del Reino de Dios preconizado por Jesús.

[2] La misma diferencia que observamos el pasado domingo entre «creación», en general, y «creación del mundo», de nuestro mundo o planeta tierra (13,35), la reencontramos hoy donde casi todos los manuscritos hablan de «el fin del tiempo o eón», de todo el universo creado, mientras que el Códice Beza precisa que se trata tan solo de «el fin del mundo», de nuestro mundo o planeta azul. En la tradición manuscrita se observa una tendencia a magnificarlo todo, a la ampulosidad.

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