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Jn 11,1-45

(677 521) Jn 11,1-45 Códice Beza

11,1Había cierto enfermo, Lázaro de Betania, de la aldea de la María y de la Marta,[1] su hermana. 2 María[2] era la que ungió al Señor con perfume y secó sus pies con sus cabe­llos: el hermano de la cual precisamente, Lázaro, estaba enfermo. 3Sus hermanas envia­ron a decir a Jesús: «Señor, mira, aquél a quien tu quieres está enfermo.» 4 Jesús, al oírlo, dijo: «Esta su enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» 5 Jesús quería[3]a Marta, a su hermana y a Lázaro.[4] 6 Cuan­do oyó que estaba enfermo, entonces Jesús se quedó en aquel lugar dos días. 7 Segui­damente, después de esto, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» 8 Sus discípulos le recuerdan: «Rabí, hace poco los Judíos te querían apedrear, ¿y vas de nuevo allí?». 9 Jesús respondió: «¿No tiene doce horas el día? Si uno camina durante el día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; 10 pero si uno camina durante la noche, tropieza, porque no hay luz en ella.»

11Dijo esto, y a continuación les dice: «Lázaro, nuestro amigo, duerme;[5] pero voy a desper­tarlo.» 12 Los discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» 13 Jesús lo había dicho refe­rente a su muerte; ellos, en cambio, creyeron que hablaba del dormir del sueño. 14 En­ton­ces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro, nuestro amigo, se ha muerto, 15 y me alegro por vosotros, a fin de que creáis, que no haya estado allí; pero vayamos a encontrarlo.» 16 Dijo entonces Tomás, el llamado Mellizo, a sus condiscípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»

17 Jesús, pues, llegó a Betania y se encontró que aquél hacía cuatro días que estaba en el sepulcro. 18 Betania estaba cerca de Jerosólima unos quince estadios. 19Muchos de los jero­solimitanos habían venido a casa de Marta y Mariam, a fin de consolarlas por la muerte de su her­mano.

20Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, le salió al encuentro; María, en cam­bio, estaba sentada en casa. 21 Marta dijo dirigiéndose a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto; 22 pero incluso ahora, yo sé que todo lo que pidas a Dios, te lo concederá.» 23 Jesús le dice: «Tu hermano resucitará.» 24 Marta le dice: «Sé que resucitará en la resurrección, el último día.» 25 Jesús le dijo: «Yo Soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá; 26 y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Cree esto?». 27Dice: «Sí, Señor, yo creo firmemente que tú eres el Ungido, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo.» 28 Habiendo dicho esto, se fue y llamó a su hermana Mariam diciéndole en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» 29 Ella, al oírlo, se levantó corriendo y fue a encontrar-lo. 30 Jesús aún no había llegado a la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta le había salido al encuentro. 31 Los Judíos que estaban con ella en la comunidad consolándola, cuando vieron a Mariam que se levan­taba de un salto y salía, la siguieron, pensándose que iba al sepulcro a llorar allí.

32 María, cuando llegó donde estaba Jesús, al verlo, cayó a sus pies diciendo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» 33 Jesús entonces, al ver que ella llora­ba y que lloraban los Judíos, los que habían venido junto con ella, se conturbó en el espíritu como quien se ha conmovido profundamente 34 y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?». Le dicen: «Señor, ven y lo verás.» 35 Y Jesús se puso a llorar. 36Los Judíos entonces decían: «¡Mira cómo le quería!». 37Pero algunos de ellos replicaron: «¿No habría podido este que abrió los ojos del ciego hacer que también este no muriera?».

38 Jesús entonces, nuevamente conmovido en su interior, llega al sepulcro. Era una cueva y una losa estaba puesta encima. 39Dice Jesús: «¡Alzad la losa!». Le dice Marta, la hermana del finado: «Señor, ya huele mal: es el cuarto día.» 40 Jesús le dice: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?». 41Cuando, pues, hubieron alzado la losa, también Jesús alzó sus ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escu­chado. 42 Yo sabía que tú siempre me escuchas, pero a causa de la multitud que me rodea lo he dicho, para que crean que tú me has enviado.» 43 Habiendo dicho esto, con voz poderosa gritó: «¡Lázaro, sal afuera!». 44 E inmediatamente salió el difunto, atado de pies y manos con vendas y su cara envuelta con un sudario. Les dice Jesús: «Desatadlo y dejad que se vaya.»

45Muchos de los Judíos que habían venido al encuentro de Mariam, habiendo visto lo que Jesús había hecho, creyeron en él.[6]

Lázaro, nuestro amigo, duerme; pero voy a despertarlo

Me quisiera fijar hoy en la profunda amistad que había entre Jesús y Lázaro, «nuestro amigo» (recalcado por el Códice Beza: «Lázaro, nuestro amigo, se ha muerto»). La relación de Jesús con la comunidad de Betania era de una gran amistad: «Las hermanas de Lázaro enviaron a decir a Jesús: “Señor, mira, aquel a quien tu quieres está enfermo”»; «Jesús quería a Marta y a su hermana y a Lázaro»; «Mira cómo le quería», decían los Judíos. A pesar de esta estrecha relación de amistad, sus miembros, como los judíos en general, creían que la muerte era ya un estado definitivo. Como mucho hablaban de una vida umbrátil en el Hades, la región subterránea de los muertos. Jesús quiere impartirles una lección sobre la muerte. Por eso no acude inmediatamente a Betania cuando le anuncian que estaba enfermo. Espera que pasen cuatro días para presentarse, cuando todos creían que la muerte ya era definitiva: «Señor, ya huele mal es el cuarto día», le reprochó Marta. Como mucho se había ido introduciendo en el mundo judío la cre­encia en una muy lejana resurrección futura: Marta dice a Jesús: «Sé que resucitará en la resurrección, en el último día.» Jesús, sin embargo, habla en el presente de Yahveh: «Jo Soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?», le pregunta. Marta responde: «Sí, Señor, yo creo firmemente que tú eres el Ungido, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo.» Jesús, no realizará ningún milagro. En primer lugar, la comunidad debe retirar la losa que habían puesto sobre el difunto: «¡Alzad la losa!». Cuando hubie­ron alzado la losa, también Jesús alzó sus ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado.» El milagro ya se ha producido. Des­pués grita: «¡Lázaro, sal afue­ra!». Pero salió como si fuera una momia: «atado de pies y manos con vendas y su cara envuelta con un sudario». Es la comunidad quien lo debe liberar de la muerte: «Desa­tadlo y dejad que se vaya» por su propio pie.

Josep Rius-Camps
​Teólogo y biblista


[1] El Códice Beza pone el artículo delante de María y de Marta la primera vez que las menciona, dando a entender el autor del IV Evangelio que «la aldea de la Marta y la María», Betania, era bien conocida de sus lectores.

[2] Como ya hemos podido comprobar en otras ocasiones, el Códice Beza distingue con mucha precisión entre la grafía hebrea del nombre de María, «Mariam», y la griega, «María». Cuando se relaciona con los judíos, en concreto con Marta, emplea la grafía hebrea: «Muchos de los jerosolimitanos habían venido a casa de Marta y Mariam» (11,19); Marta «llamó a su hermana Mariam» (11,28); «los Judíos que estaban con ella en la comunidad consolándola, cuando vieron a Mariam que se levantaba de un salto y salía, la siguieron» (11,31); «Muchos de los Judíos que habían ido a consolar a Mariam» (11,45). En cambio, cuando se relaciona con Jesús, emplea siempre la grafía griega: «La aldea de (la) María y de (la) Marta, su hermana. María era la que ungió al Señor con perfume» (11,1-2 D); «María estaba sentada en la casa» (11,20); «María, cuando llego donde estaba Jesús» (11,32). El Códice Vaticano y la mayoría de manuscritos confunden ambas grafías, como si fueran intercambiables. Para los judíos, el cambio de un nombre indicaba un cambio profundo en la personalidad.

[3] Todos los mss. emplean aquí el verbo griego êgapa, amaba, excepto el Códice Beza que emplea el verbo griego ephilei, quería, que sorprendentemente emplean tres de las más antiguas versiones latinas anteriores a la Vulgata (Ítala y Afra). El Evangelio de Juan utiliza el verbo agapan, amar, cuando hace referencia al Discípulo «a quien Jesús amaba» (Jn 20,2 diligebat Beza latín; 13,23; 19,26; 21,7.20), mientras que en el relato de Lázaro utiliza el verbo philein, querer (11,3.5 Beza.36), o el termino philos, amigo (11,11.14 Beza). La dife­rencia entre los dos verbos y los respectivos substantivos es sólo de matiz: querer y amigo hacen referencia a las relaciones de amistad entre personas humanas; amar y dilección, al amor espiritual entre Dios Padre y su Hijo Jesús o entre Jesús y el Discípulo amado.

[4] Marta, María y Lázaro, probablemente por este orden, forman una familia especial situada en la Betania cercana a Jerusalén. (Había otra Betania, en el Jordán, donde Juan, primeramente (Jn 1,28 [después bautizará en Enon, junto a Salín, 3,23]), y Jesús, más tarde (3,22), bautizaban. La amistad de Jesús hacia cada uno de los componentes de esta comunidad era muy estrecha: «Las hermanas de Lázaro enviaron a decir a Jesús: “Señor, mira, aquel a quien tú quieres está enfermo”» (11,3); «Jesús quería a Marta y a su hermana y a Lázaro» (11,5); «Lázaro, nuestro amigo, duerme» (11,11); «Lázaro, nuestro amigo, se ha muerto» (11,14 D); «¡Mira como le quería!» (11,36). La muerte de Lázaro le afectó profundamente: «Jesús entonces, al ver que ella lloraba y que lloraban los Judíos, los que habían venido junto con ella, se conturbó en el espíritu como quien se ha conmovido profundamente» (11,33); «Y Jesús se puso a llorar» (11,35); «Jesús entonces, nuevamente conmovido en su interior» (11,38).

[5] Excepto el Códice Beza, que emplea dos veces el pr. p. del verbo griego koimaomai, dormir, refiriéndose a la situación de Lázaro, koimatai, se ha dormido, dormir (11,11.12), todos los otros mss. utilizan dos veces también el pf. p. kekoimatai, se ha quedado dormido definitivamente (11,11.12). La forma de pr., tanto en labios de Jesús como de los discípulos, da a enten­der que se despertará más tarde; en cambio, la forma de pf. indicaría que ya ha muerto definitivamente, cosa que Jesús mismo revelará poco después: «Lázaro, nuestro amigo, se ha muerto», siempre en tiempo pr.

[6] El relato de la resurrección de Lázaro no acaba aquí, sino que continúa: «Pero algunos de entre ellos se fueron en busca de los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho» (11,46). La consiguiente reunión del Sanedrín (11,47-52) forma parte aún de este relato paradigmático. La omisión del v. 46 confiere triun­falismo a la resurrección de Lázaro y nos priva de saber el triste desenlace: «A partir de aquel día, (los dirigentes judíos) decidieron que lo matarían» (11,53).

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