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Jn 4,4-7.9-26.28-30.39-42

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(675 519) Jn 4,4-7.9-26.28-30.39-42 Códice Beza (primera redacción)[1]

(4,4 Era necesario que Jesús pasara a través de Samaría.)

4,5Llega, pues, a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de la propiedad que Jacob dio a José, su hijo: 6 estaba allí el manantial de Jacob. Jesús, que estaba cansado por la cami­nata, se había sentado junto al manantial: la hora era precisamente la sexta.[2] 7 Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dice: «Mujer dame de beber.»

4,8Es que sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar víveres.

4,9La mujer samaritana le dice: «Tu, que eres judío, ¿cómo es que me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?».[3] 10 Jesús respondió y le dijo: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» 11 La mujer le dice: «Señor, ni tan solo tienes pozal y el pozo es profun­do, ¿de dónde obtienes el agua viva? 12 ¿Es que tú eres más grande que nuestro padre Ja­cob, que nos dio el pozo y en él bebieron él mismo y sus hijos y el ganado?». 13 Jesús respondió y le dijo: «Todo el que bebe de esa agua, volverá a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed nunca más; al contrario, el agua que yo le daré se convertirá en él en un manantial de agua que salta hacia una vida eterna.» 15 La mujer le dice entonces: «Señor, dame de esa agua, a fin de que no tenga más sed ni ten­ga que venir aquí a sacarla.» 16 Jesús le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve aquí.» 17 La mujer respondió y dijo: «Marido, no tengo ninguno.» Jesús le dice: «Has dicho bien que no tienes ningún marido, 18 porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad.» 19 La mujer le dice: «Señor, estoy viendo que eres un profeta. 20Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerosólima está el lugar donde hay que adorar.» 21 Jesús le dice: «Mujer, créeme a mí, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerosólima adoraréis al Padre. 22Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23Al contrario, llega la hora y ya es ahora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre busca a estos que le ado­ren. 24 Dios es espíritu, y los adoradores es preciso que le adoren en espíritu y ver­dad.» 25 La mujer le dice: «Sé que ha de venir un tal Mesías, el llamado Ungido; cuando venga él, nos lo anunciará todo.» 26 Jesús le dice: «Yo Soy, el que está hablando contigo.»

4,27Y en esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que hablase con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: «¿Qué pretendes?» o bien: «Qué es lo que hablas con ella?».

4,28Dejó la mujer su jarra privada[4] y se va a la ciudad a decir a los hombres: 29 «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?». 30 Salie­ron de la ciudad y se dirigieron hacia él.

4.31 Mientras tanto, los discípulos le rogaban diciendo: «Rabí, come.» 32 Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis.» 33 Los discípulos se decían entre ellos: «¿No será que alguien le ha traído de comer?». 34 Jesús les dice: «Mi alimento es que haga la voluntad del que me ha enviado y que lleve a término su obra. 35No decís vosotros: “¿Cuatro meses más y llega la siega?”. Pues bien, yo os digo: “Alzad los ojos y contemplad los campos que ya blanquean para la siega. 36Ya el segador recibe el salario y recoge el fruto para una vida eterna, a fin de que tanto el sembrador como el segador se alegren juntos. 37Porque en eso consiste el dicho verda­dero: ‘Uno es el que siembra y otro el que siega.’ 38 Yo os envié a segar: vosotros no os habéis fatigado; otros se han fatigado y vosotros os habéis aprovechado de su fatiga.”»

4,39De aquella ciudad muchos creyeron en él de entre los samaritanos por la palabra de la mujer que testificaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» 40 Cuando los samaritanos llegaron donde estaba él, le rogaban que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días.    41Aún muchos más creyeron por su palabra; 42 pero iban diciendo a la mujer: «Por tu testimonio ya no creemos, porque lo hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo, el Ungido.»[5]

Era necesario, según el designio divino, que Jesús pasara por Samaría 

El título lo he tomado de un versículo que no leeremos este domingo, pero que contiene precisa­mente el móvil que motivó a Jesús a recuperar la etnia samaritana como parte inte­grante de Israel. En el seno del diálogo de Jesús con la Samaritana, el lector podrá separar fácilmente tres referencias a los discípulos quienes no entrarán nunca en contacto con la Samaritana y que, además, interrum­pen el hilo de la secuen­cia. Comentaré, tan solo la secuencia principal. La composición de lugar es determi­nante: Sicar, una ciudad de Samaría, «cerca de la propiedad que Jacob dio a José, su hijo: estaba allí el manantial de Jacob». Jesús, cansado del camino, «se había sentado junto al manantial», como un maestro que, sediento a la vista de la situación de Samaría, quiere impartir una lección a una mujer samaritana que había ido a sacar agua del pozo. Él no tiene pozal y el pozo es profundo, pues contiene toda la sabiduría de los samaritanos. Jesús la quiere poner a prueba «Mujer dame de beber.» No consiente que haya fronteras infranqueables entre judíos y samaritanos. Una vez ya se ha ganado su confianza, le hace entender que «Todo el que bebe de esa agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás.» Ahora es la mujer quien se la pide. Jesús le deja bien claro que llegará la hora, y es ahora, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre, pero no en este monte (Garizim) ni en Jerosólima (Sión), sino en espíritu y verdad, y se le revela como el Mesías que todos esperaban: «Yo Soy (el nombre de Yahveh), el que está hablando contigo.» La acción de la mujer al abandonar «su jarra privada» muestra que ha asimilado la lección y tiene prisa por ir a comunicársela a sus compatriotas. Gracias a «la palabra de la mujer», muchos creyeron en Jesús de entre los samaritanos. Sin embargo, cuando llegaron donde estaba él, muchos más creyeron «por su palabra», la de Jesús, e iban diciendo a la mujer: «Por tu testimonio ya no creemos, porque le hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo, el Mesías.»

Josep Rius-Camps
​Teólogo y biblista


[1] En el Calendario litúrgico de este domingo se nos propone leer Jn 4,5-42 o bien más breve: 4,5-15.19b-26.40-42). Después de haber analizado a fondo esta secuencia, nos hemos apercibido de la existencia de dos redacciones con distintos personajes: en la primera redacción, Jesús trataba tan solo con la Samaritana y los samaritanos (*4,5-7.9-26.28-30.39-42); en la segunda, el mismo autor ha insertado tres referencias a los discípulos de Jesús, sin que en ningún momento interfieran con la Samaritana (**4,8.27.31-38).

[2] La que en principio tenía la apariencia de ser una precisión temporal, «la hora era precisamente la sexta», reaparecerá en la escena en que Pilato accederá, ante el griterío de los dirigentes judíos, a entregarlos Jesús para que fuese crucificado como el rey de los judíos: «La hora era precisamente la sexta» (Jn 19,14). La hora sexta era nuestro mediodía: a plena luz, Pilato emitió la sentencia condenatoria del rey de los judíos que se habría levantado contra el César de Roma, la misma hora en que Jesús se reveló a los samaritanos.

[3] El texto usual añade una explicación que no era necesaria cuando se redactó el escrito, pero que se hace imprescindible más tarde cuando los creyentes se hubieron alejado del judaísmo: «Es que los judíos no se tratan con los samaritanos.»

[4] Todos los mss. hablan de «la jarra de ella» (lit.), con el pronombre autês, mientras que el Códice Beza precisa más: «la jarra propia de ella» (lit.), mediante el pronombre reflexivo, heautês, «su propia jarra». Esta variante no figura en la edición crítica de Nestle-Aland.

[5] En el texto mayoritario no figura «el Ungido».

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