
(676 520) Jn 9,1-41 Códice Beza
9,1Pasando, vio a un hombre ciego de nacimiento, que estaba sentado.[1] 2 Los discípulos le preguntaron: «Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?». 3 Jesús respondió: «Ni pecó él ni sus padres, sino para que se manifiesten las obras de Dios en él. 4 Es preciso que nosotros obremos las obras del que me envió, mientras es de día; llega la noche cuando nadie puede trabajar. 5Mientras esté en el mundo, soy Luz del mundo.» 6 Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, le ungió con el barro poniéndoselo sobre sus ojos 7 y dijo: «Vete a lavarte a la piscina de Siloé (que se interpreta “el Enviado”).» Se fue, pues, se lavó y volvió viendo.
8Los vecinos y los que lo habían visto antes, que era un mendigo decían: «¿No es éste el que estaba sentado y que mendigaba?». 9Otros decían: «Es él.» Unos terceros, en cambio: «Se parece a él.» Él dijo: «Soy yo.» 10 Le dijeron entonces: «¿Cómo es, pues, que se te han abierto los ojos?». 11 Él respondió: «Un hombre llamado Jesús hizo barro, me ungió los ojos y me dijo: “Vete a Siloé y lávate.” Fui, me lavé y he vuelto viendo.» 12 Entonces ellos le preguntaron «¿Dónde está, ese?». Les responde él: «No lo sé.»
13En esto llevan a los fariseos al que antes era ciego. 14Era sábado cuando Jesús hizo fango y abrió sus ojos. 15Nuevamente le interrogan igualmente los fariseos cómo había llegado a ver. Él les dijo: «Puso barro sobre mis ojos, me fui a lavar y veo.» 16 Algunos de los fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, ya que no guarda el sábado.» Pero otros decían: «¿Cómo puede un hombre pecador hacer semejantes señales?». Había división entre ellos. 17 Decían, pues, al ciego: «¿Tu, qué dices en lo referente a tu caso, a saber, que te abrió los ojos?». Él dijo: «Que es un profeta.»
18 Los Judíos no se creyeron su caso, hasta que llamaron a los padres del que había recuperado la vista 19 y los interrogaron diciendo: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es, pues, que propiamente ahora puede ver?». 20Les respondieron sus padres y dijeron: «Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. 21 Pero, cómo es que ahora ve, no lo sabemos; o quién le abrió los ojos, nosotros no lo sabemos: interrogadle a él, ya tiene edad, él hablará de su caso.» 22 Sus padres dijeron eso porque tenían miedo de los Judíos: los Judíos, en efecto, ya se habían puesto de acuerdo en que si alguno confesara que él era el Ungido, quedase excluido de la sinagoga. 23Por eso dijeron sus padres: «Ya tiene edad, preguntádselo él.»
24Entonces lo llamaron por segunda vez, al que era ciego, y le dijeron: «Da gloria a Dios: nosotros sabemos que este hombre es un pecador.» 25 El respondió: «Si es un pecador, no lo sé; una cosa sé, que era ciego y que ciertamente ahora veo.» 26 Le dijeron entonces: «¿Que te ha hecho?» y: «¿Cómo te ha abierto los ojos?». 27Respondió él: «Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿por qué queréis oírlo otra vez? ¿Por ventura queréis también vosotros llegar a ser discípulos suyos?». 28 Ellos lo insultaron y dijeron: «Tú, discípulo serás del individuo ese; nosotros somos discípulos de Moisés. 29Nosotros sabemos que a Moisés Dios le ha hablado y que Dios no escucha a los pecadores;[2] pero este no sabemos de dónde es.» 30 El hombre respondió y dijo: «Eso sí que es extraño, que vosotros no sabéis de donde es, y que él me haya abierto los ojos. 31Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si uno es religioso y hace su voluntad, a este sí que lo escucha. 32Nunca se ha oído decir que alguien abriera los ojos de uno que había nacido ciego. 33Si este no viniera de Dios, no podría hacer nada.» 34 Le respondieron y dijeron: «En pecado has nacido tu enteramente, ¿y tú nos quieres dar lecciones?». Y lo echaron fuera.
35 Jesús se enteró de que lo habían echado, se le hizo encontradizo y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». 36Él respondió y dijo: «Y ¿quién es, Señor, ¿a fin de que pueda creer en él?». 37 Jesús le respondió: «Ya lo has visto: es el que está hablando contigo.» 38 Él dijo: «Creo, Señor.» Y se prostró delante de él. 39 Jesús afirmó: «Yo para hacer un juicio he venido a este mundo, a fin de que los que no ven, vean, y los que ven, se vuelvan ciegos.» 40 Lo oyeron algunos de los fariseos que estaban en compañía de él y le dijeron: «¿Es que también nosotros somos ciegos?». 41 Jesús les contestó: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como ahora decís: “Vemos”, vuestros pecados permanecen.»
Era sábado cuando Jesús hizo barro con la saliva y ungió los ojos del ciego de nacimiento
El episodio está enmarcado por la presentación de un «ciego de nacimiento que estaba sentado», según puntualiza el Códice Beza al inicio, y por la pregunta que los fariseos formulan a Jesús, al final: «¿Es que también nosotros somos ciegos?». Hay, pues, varias maneras de ser «ciegos». Del primero dicen sus padres: «Sabemos que nació ciego.» Cinco veces se recalca que nació ciego. Los discípulos tienen claro que fue consecuencia de un pecado originario: «Rabí —preguntan a Jesús—, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?». La respuesta de Jesús es concluyente: «Ni pecó él ni sus padres, sino para que se manifiesten las obras de Dios en él.» Se insiste en que «era un mendigo» y en la pregunta de quienes le habían visto: «¿No es éste el que estaba sentado y que mendigaba?». En el Evangelio de Marcos encontramos un ciego parecido: «El hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado al margen del camino, pidiendo limosna» (Mc 10,46). El uno y el otro «mendigan» porque se sienten profundamente necesitados de algo, a pesar de estar «sentados» en una cátedra, heterodoxa, la del primero, y completamente «al margen del camino» que Jesús había emprendido, la del segundo. En nuestro caso, hay un dato que nos guiará para interpretar la escena: «Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió sus ojos.» En el Génesis se nos dice que Yahveh «plasmó al hombre del polvo de la tierra y le insufló un aliento de vida» (Gn 2,7) y que el día séptimo, el sábado, reposó de su obra creadora (2,2-3). Según Jesús, en cambio, la obra de la creación ha quedado inacabada, de resultas precisamente del precepto sabático. De ahí que los dirigentes judíos lo quisieran matar porque les había dejado bien claro que, en día del sábado, «mi Padre sigue trabajando, y yo también trabajo» (Jn 5,17). Jesús reemprende la obra del día sexto y la acaba definitivamente: «Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, le ungió con el barro poniéndoselo sobre sus ojos y le dijo» que fuera a lavarse a la piscina de Siloé.
Josep Rius-Camps
Teólogo y biblista
[1] El Códice Beza remarca dos veces, aquí y en el v. 8, que el ciego de nacimiento «estaba sentado», como un maestro, en su cátedra heterodoxa, exactamente como el ciego de las afueras de Jericó que estaba sentado al margen del camino (Mc 10,46). En ambas ocasiones se dice que era un «mendigo», que estaba necesitado de lo más esencial, la vista.
[2] El tema del «pecado» atraviesa todo el relato en tres formatos: el verbo «pecar» (Jn 9,2.3), el substantivo «pecado» (9,34.41a.41b) y el adjetivo «pecador» (9,16.24.25.29 D.31): en total 10×. Es muy indicativa la afirmación que, según el Códice Beza, se presenta en boca de los dirigentes judíos: «Nosotros sabemos… que Dios no escucha a los pecadores» (9,24 Códice Beza), se repite en boca del ciego y de las personas a las que él representa: «Sabemos que Dios no escucha a los pecadores» (9,31). Desde el principio del relato aparece el tema de la ceguera relacionado con el de un «pecado» anterior al nacimiento: «Los discípulos le preguntaron: “Rabí, ¿quién ha pecado, este o sus padres, para que naciera ciego? “ (9,2), y se repite, formando inclusión, al final: «Lo oyeron algunos de los fariseos que estaban en su compañía y le dijeron: «¿Es que también nosotros somos ciegos?”» (9,40). Jesús rebate la idea que compartían sus discípulos con los fariseos que le acompañaban increpando al hombre que había nacido ciego: «En pecado has nacido tu enteramente» (9,34) y, en general, la mayoría de los judíos. La respuesta de Jesús es contundente: «Ni ha pecado él ni sus padres, sino para que se manifiesten las obras de Dios en él» (9,3), «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como ahora decís: “Vemos”, vuestros pecados permanecen» (9,41).





