
(705 549) Mt 22,1-14 Códice Beza
(21,45-46) Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, al darse cuenta de que la parábola de los viñadores homicidas se refería a ellos, intentaron prender a Jesús, pero tenían miedo del pueblo.
22,1 Jesús reaccionó y les habló de nuevo en parábolas, diciendo: 2 «El Reino de los cielos es semejante a un hombre[1] rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. 3Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero éstos no quisieron ir. 4Nuevamente envió a otros siervos a decirles: “Decid a los invitados: Mirad, ya tengo preparado mi banquete, mis terneros y los animales cebados ya han sido degollados y todo está preparado: venid a la boda.” 5 Pero ellos, sin hacerle caso, se fueron, los unos, a su propio campo; los otros, a sus negocios; 6 el resto, cogieron a sus siervos y los maltrataron y mataron. 7El rey aquel, al oírlo, se airó y, habiendo enviado su tropa, exterminó a aquellos asesinos y quemó su ciudad.[2] 8 Entonces dice a sus siervos: «La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. 9Id, pues, a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis invitadlos a la boda.» 10 Sus siervos salieron por los caminos y congregaron a todos los que encontraron, tanto malos como buenos, y la boda se llenó de los comensales.[3] 11 Al entrar el rey para ver a los comensales, se dio cuenta de que había allí un hombre que no llevaba vestido de boda, 12 y le dice: «Amigo, ¿cómo es que has venido aquí sin vestido de boda?». Pero él se quedó mudo. 13Entonces el rey dijo a los siervos: «Cogedlo por los pies y las manos y lanzadlo a la tiniebla más foránea; allí habrá llanto y rechinar de dientes. 14Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.»[4]
El Reino de Dios tiene cierta semejanza con un hombre rey que celebró el banquete de bodas de su hijo
«Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, al darse cuenta de que la parábola de los viñadores homicidas se refería a ellos, intentaron prender a Jesús, pero tenían miedo del pueblo» (21,45-46). «Jesús reaccionó y les habló de nuevo en parábolas.» Es la tercera de un conjunto de parábolas destinadas a los dirigentes de Israel, en el marco del Templo. Las tres tienen como protagonista a «un hombre que tenía dos hijos» (I), «un hombre dueño de la casa que plantó una viña» (II), y «un hombre rey» (III), donde «hombre» figura siempre al principio para mostrar la humanidad de Dios con quien se le compara. Las dos primeras tienen como tema central «la viña»: en un principio Dios la habría confiado a toda la humanidad, pero, al rehusar ésta de trabajarla, la confió a Israel quien, a pesar de que aceptó la Ley, no le fue fiel, hasta el punto de que los recaudadores y las prostitutas le han tomado la delantera (I); Dios mimó la viña de Israel, esperando que le aportase frutos, pero los viñadores mataron a sus siervos cuando fueron a recogerlos (II). La tercera parábola (III) está centrada en el banquete de bodas que Dios prepara para su Hijo, a quien habían matado los viñadores: ahora prepara el banquete de bodas definitivo, pero los primeros invitados no se han hecho dignos de ello. Sin inmutarse, a diferencia de «el rey aquel que, al oírlo, se airó y, habiendo enviado su tropa, exterminó a los asesinos», envía de nuevo a sus sirvientes para que vayan «por los cruces de los caminos» del mundo e inviten a todos los que encuentren, malos y buenos, a las bodas de su Hijo. El banquete se está llenando de comensales: «pobres, inválidos, ciegos y cojos», como detallará Lucas (Lc 14,21). Para poder participar en él, pone una sola condición, que lleven «el vestido de boda» que cada uno habrá adquirido con las buenas obras. Lucas se abstiene de transcribir esta observación. A Mateo le encanta todo lo que hace referencia al juicio final. Concluye las tres semblanzas con un dicho que nos invita a reflexionar: «Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.»
Josep Rius-Camps
Teólogo y biblista
[1] En el conjunto de tres parábolas destinadas a dar una lección a los dirigentes de Israel, tan satisfechos de ser el pueblo elegido, figura en el encabezamiento el término «hombre»: «Un hombre tenía dos hijos» (Mt 21,28), todas las naciones, el hijo mayor, e Israel, el menor (I); «Había un hombre dueño de la casa que plantó una viña», la viña de Israel, en la que los viñadores homicidas, después de matar a los Profetas, mataron también a su Hijo (II); «un hombre rey que celebró el banquete de bodas de su hijo» (III). Notemos que cuando el rey fue a ver a los comensales que los sirvientes habían encontrado «en los cruces de los caminos» del mundo, como no podía ser de otra manera, vio «un hombre que no llevaba vestido de boda». La época del Mesías que Israel esperaba ha quedado clavada en el rótulo de la cruz. Los nuevos invitados no son los que se consideraban justos y menospreciaban al resto de los hombres, sino los «hombres», la humanidad entera. Incluso al «hombre que no llevaba vestido de boda» le dice «amigo», como había dicho también a los que murmuraban porque solo habían recibido el jornal convenido (20,13): el Dios, Padre de Jesús, trata como él con los más marginados de la sociedad, representados por los cobradores de tributos y las prostitutas, confía la viña a los que le reporten frutos y no a los que tan solo observan la Ley de palabra y son infructíferos, va por los caminos de su creación buscando por todas partes a los pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos. Jesús no para de mostrarnos la cara amable de Dios, no la que han creado, para sus intereses inconfesables, los poderosos del mundo.
[2] En la parábola anterior de los viñadores homicidas, después de que estos hubiesen dado muerte al hijo del dueño y lo hubiesen sacado fuera de la viña (orden de las palabras del Códice Beza), de repente Jesús cambió el sujeto, passando de «un hombre dueño de la casa que plantó una viña» a «el Señor de la viña» (con art.), preguntando a sus oyentes, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (21,24): «Cuando venga, pues, el Señor de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores?». Ellos se hicieron los desentendidos y se limitaron a poner un final adecuado a la parábola: «A aquellos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros viñadores que le reporten los frutos a su respectivo tiempo.» Jesús, al ver que no querían saber nada de ello, les interpela aduciéndoles el Salmo 117,22-23 LXX: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron, esta ha llegado a ser la piedra angular?» y cambia el pronombre personal de primera persona plural del Salmo por la segunda del plural: «¡De parte del Señor ha sucedido eso y es extraño a vuestros ojos!», sin dejarles ninguna escapatoria posible: «Por eso os digo: “El Reino de Dios os será quitado, y será dado a un pueblo que lo haga fructificar.”» Al oírlo los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, se dieron cuenta de que la parábola de los viñadores homicidas iba dirigida a ellos e intentaron prender a Jesús, pero tenían miedo del pueblo.» Sin inmutarse, Jesús les dirige una tercera parábola: «El Reino de los cielos es semejante a un hombrerey que celebró el banquete de bodas de su hijo… El rey aquel, al oírlo, se airó y, habiendo enviado su tropa, exterminó a aquellos asesinos y quemó su ciudad, etcétera» (versión del Códice Beza; el texto usual le quita toda la punta: «El rey se airó, etcétera», atribuyendo a Dios estas acciones). El Reino de Israel, el Templo y la ciudad de Jerusalén han quedado en entredicho. Jesús deja de lado a sus adversarios y pasa a dirigirse a los «sirvientes» fieles: «Entonces dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis invitadlos a la boda”, etcétera.»
[3] El Códice Beza, avalado por la gran mayoría de manuscritos, no deja de hablar de «la boda» —«y la boda se llenó de los comensales»—, mientras que el texto usual, avalado tan solo por los códices Vaticano y Sinaítico, habla de «la cámara nupcial», que los traductores interpretan como «la sala del banquete» o «la sala de bodas se llenó de comensales». Con el artículo definido, además, el Códice Beza hace referencia a invitados concretos, «los comensales», sin que se explicite, en Mateo, quienes eran; Lucas lo entendió muy bien: «los pobres, inválidos, ciegos y cojos», el desecho de la sociedad de su tiempo.
[4] Recordad que en el cierre de todo el grupo de enseñanzas que Jesús acababa de impartir a sus discípulos (19,3–20,16a), el Códice Beza ya había transcrito esta máxima de Jesús (20,16b). Ahora vuelve a figurar aquí, pero como conclusión del grupo de tres parábolas dirigidas a los dirigentes de Israel. Lo que dijo a unos vale también para los otros y nos lo repite a nosotros hoy. No es que Dios haga diferencias, pues en el seno de todo «hombre» ha puesto su Espíritu: todos somos «llamados» a trabajar en su viña, pero tan solo son «elegidos» los que, a lo largo de la historia, producen frutos, no para Dios, sino para los que tienen necesidad de ellos. En tiempo de Jesús eran «pocos»; hoy se están multiplicando exponencialmente «los pequeños criados» que voluntariamente ponen sus talentos al servicio de los demás.





